El artista murciano falleció ayer en Murcia a los 91 años a causa de una pancreatitis En 2008 recibió el I Premio de las Artes y las Letras de la Región
17.12.09 - 01:26 - PEDRO SOLER MURCIA. La Verdad
17.12.09 - 01:26 - PEDRO SOLER MURCIA. La Verdad
Un día muy triste. El pintor José Antonio Molina Sánchez falleció ayer a los 91 años en Murcia, ciudad en cuyo Museo de Bellas Artes se instaló la capilla ardiente del ilustre creador. Hoy, a las 11.00 horas, tendrá lugar el funeral en la iglesia de Santa Eulalia, tras la cual sus restos mortales serán trasladados al cementerio de Nuestro Padre Jesús. «También cuando me vaya, allá en el cielo seguiré pintando». Lo afirmaba hace algunos meses, cuando ya había superado otras dolencias; pero hace unos días notó un dolor inesperado -«nunca lo había sentido», dijo-, que se declaró como la mortal pancreatitis que le ha llevado a la tumba. Fue ayer mañana, en torno a las once. Molina Sánchez abandonó su estancia en la tierra para irse al encuentro de esos ángeles en los que creía; «defiendo mis ideas a través de mis ángeles», aseguraba. Fue, además de un gran pintor, uno de los excelentes artistas murcianos de los últimos tiempos, un hombre esencialmente bueno y generoso. Pintar era el mejor estímulo que, según decía, le animaba a seguir viviendo; por eso, con sus quebrantos propios de la edad, mantuvo los pinceles frescos prácticamente hasta que pudo. El pasado viernes fue ingresado en San Carlos, donde falleció totalmente ajeno a su adiós definitivo.
Molina Sánchez nació el 20 de junio de 1918 en la casa número cuatro de la calle de San Nicolás. Con apenas once años comenzó a frecuentar la Sociedad Económica de Amigos del País para recibir clase. Él pensaba que el aprendizaje era necesario, a la vez que el ambiente que vivió poco después, «muy apropiado para que en él surgieran y no se perdieran vocaciones artísticas y literarias. Por eso alternaba las clases en el instituto con las de Dibujo y Modelado, con Planes, Clemente Cantos, Almela Costa, Garay… hasta que ingresó en la Escuela de San Carlos, en Valencia, para realizar estudios de Bellas Artes. Llegaba impresionado por lo que había contemplado en los estudios de estos artistas y con el deseo, que luego se convertiría en realidad, de ser un pintor limpio y auténtico. Pero había dejado lejos una tierra, su Murcia natal, en la que se había recreado contemplando la fachada de la Catedral, «con sus esculturas al aire libre, en las que podía admirar, desde temas decorativos hasta grandes composiciones llenas de amplios y rotundos ritmos». También había vivido, en las cercanías de su domicilio, los huertos famosos que tantas veces pintara, y había podido visitar el Museo de Bellas Artes, pese a que oficialmente permanecía cerrado.
Aconsejado por Almela y Garay dio el salto a Madrid -«no a estudiar, sino a vivir en un ambiente más intenso, más importante y a ver pintura de otros pintores, que ya empezaban a interesarme», lo que supuso para Molina Sánchez una inesperada bienvenida, ya que pudo colaborar -en Murcia ya lo había hecho en 'El Liberal'- en conocidas revistas de arte como 'La Estafeta Literaria'. Fue en Madrid donde se encontró, como él afirmaba, con la «Murcia de la Diáspora», ya que se había producido una especie de oleada con la salida de murcianos a Madrid, donde se encontró con Planes, García Viñolas, Juan Guerrero, Raimundo de los Reyes, Antonio Oliver, Gómez Cano, Sofía Morales, Vicente Viudes, Mariano Ballester…; y, luego, Carpe, Salvador Jiménez, Campmany, Anastasio Alemán…
Molina Sánchez llegaba «con muchos ánimos, con poco dinero, y una carta para un hermano de don Pedro Muguruza, que me había dado Manuel Fernández-Delgado Maroto». La primera presencia oficial de Molina Sánchez en Madrid como artista fue en una colectiva sobre Vázquez Díaz, y el primer murciano al que trató el escultor Planes, quien acogió al joven pintor con «mucha cordialidad y simpatía». Pero el pintor se sentía «agobiado» por encontrar algún trabajo más estable, que no consiguió. Volvió a Murcia, aunque pronto inició una nueva aventura artística, en unión de Antonio Gómez Cano, que le valió el retorno a Madrid y «enlazar con mis antiguas amistades».
La vida en Madrid
También se encontró con Muñoz Barberán, «la mejor compañía que podía llevar», en un viaje que posteriormente harían por Extremadura y diversas ciudades de Portugal, en las que se hacían pasar por toreros o domadores de circo. Recordaba luego sus contactos con una serie de artistas madrileños, y las exposiciones que se fueron sucediendo y, aunque «no vendía cuadros, lo que más me ayudaba a mantenerme en Madrid era la ilustración. Pero hubo un momento en que empecé a darme cuenta de que una dedicación constante y casi exclusiva a esta actividad podía perjudicar notablemente mis condiciones de pintor». El contacto con otros artistas y críticos, como Enrique Azcoaga, en torno al Café Gijón, fue en parte lo que abrió poco a poco el camino de satisfacción que Molina Sánchez confiaba en conseguir. Eran los principios de los cincuenta, cuando realizó diversas exposiciones en Madrid, Bilbao, Zaragoza y Lisboa, y cuando decidió fijar definitivamente su residencia en la capital. Poco a poco se iría sentando el reconocimiento de los críticos hacia la pintura de Molina Sánchez, ya que, entre otros éxitos, consiguió la tercera medalla de la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1957. Se está acercando «el momento cenital de su obra, de su quehacer artístico, y va a ser uno de los primeros pintores de España si sigue por ese camino», afirmaba Antonio Oliver. Nueva Medalla de Dibujo en la Exposición Nacional de 1960, y Primera Medalla en la de 1964; otros triunfos en Barcelona, Elche, Albacete, Estoril… junto a los numerosos encargos de particulares y de organismos oficiales que se sucedieron. La exposición en la Galería Quixote, de 1963, fue un espaldarazo definitivo.
Su posterior viaje por tierras de África le llevó a enfocar las vivencias artísticas desde otros puntos de vista, que impresionaron al pintor. Este es su último gran viaje, tras aquellos otros realizados por Centroeuropa. Es el momento en que Molina Sánchez ocupa un singular espacio, con alternancias entre Madrid y Murcia, que se van sucediendo con el paso del tiempo. Las salas murcianas, oficiales y privadas, se disputan su presencia, y es también cuando Murcia hace un descubrimiento más directo de su pintor. Sus exposiciones se identifican con éxitos constantes, lo que no impide que el pintor no pierda la humildad que siempre le ha acompañado. Uno de sus logros más notorios es la exposición de obras de gran tamaño sobre el tema de los ángeles de 1981.
Su vuelta a Murcia no obstaculiza la dedicación a su obra, que oficialmente se ve recompensada, de modo definitivo con la entrega, por parte del presidente regional Ramón Luis Valcárcel, del I Premio de las Artes y las Letras.
Molina Sánchez nació el 20 de junio de 1918 en la casa número cuatro de la calle de San Nicolás. Con apenas once años comenzó a frecuentar la Sociedad Económica de Amigos del País para recibir clase. Él pensaba que el aprendizaje era necesario, a la vez que el ambiente que vivió poco después, «muy apropiado para que en él surgieran y no se perdieran vocaciones artísticas y literarias. Por eso alternaba las clases en el instituto con las de Dibujo y Modelado, con Planes, Clemente Cantos, Almela Costa, Garay… hasta que ingresó en la Escuela de San Carlos, en Valencia, para realizar estudios de Bellas Artes. Llegaba impresionado por lo que había contemplado en los estudios de estos artistas y con el deseo, que luego se convertiría en realidad, de ser un pintor limpio y auténtico. Pero había dejado lejos una tierra, su Murcia natal, en la que se había recreado contemplando la fachada de la Catedral, «con sus esculturas al aire libre, en las que podía admirar, desde temas decorativos hasta grandes composiciones llenas de amplios y rotundos ritmos». También había vivido, en las cercanías de su domicilio, los huertos famosos que tantas veces pintara, y había podido visitar el Museo de Bellas Artes, pese a que oficialmente permanecía cerrado.
Aconsejado por Almela y Garay dio el salto a Madrid -«no a estudiar, sino a vivir en un ambiente más intenso, más importante y a ver pintura de otros pintores, que ya empezaban a interesarme», lo que supuso para Molina Sánchez una inesperada bienvenida, ya que pudo colaborar -en Murcia ya lo había hecho en 'El Liberal'- en conocidas revistas de arte como 'La Estafeta Literaria'. Fue en Madrid donde se encontró, como él afirmaba, con la «Murcia de la Diáspora», ya que se había producido una especie de oleada con la salida de murcianos a Madrid, donde se encontró con Planes, García Viñolas, Juan Guerrero, Raimundo de los Reyes, Antonio Oliver, Gómez Cano, Sofía Morales, Vicente Viudes, Mariano Ballester…; y, luego, Carpe, Salvador Jiménez, Campmany, Anastasio Alemán…
Molina Sánchez llegaba «con muchos ánimos, con poco dinero, y una carta para un hermano de don Pedro Muguruza, que me había dado Manuel Fernández-Delgado Maroto». La primera presencia oficial de Molina Sánchez en Madrid como artista fue en una colectiva sobre Vázquez Díaz, y el primer murciano al que trató el escultor Planes, quien acogió al joven pintor con «mucha cordialidad y simpatía». Pero el pintor se sentía «agobiado» por encontrar algún trabajo más estable, que no consiguió. Volvió a Murcia, aunque pronto inició una nueva aventura artística, en unión de Antonio Gómez Cano, que le valió el retorno a Madrid y «enlazar con mis antiguas amistades».
La vida en Madrid
También se encontró con Muñoz Barberán, «la mejor compañía que podía llevar», en un viaje que posteriormente harían por Extremadura y diversas ciudades de Portugal, en las que se hacían pasar por toreros o domadores de circo. Recordaba luego sus contactos con una serie de artistas madrileños, y las exposiciones que se fueron sucediendo y, aunque «no vendía cuadros, lo que más me ayudaba a mantenerme en Madrid era la ilustración. Pero hubo un momento en que empecé a darme cuenta de que una dedicación constante y casi exclusiva a esta actividad podía perjudicar notablemente mis condiciones de pintor». El contacto con otros artistas y críticos, como Enrique Azcoaga, en torno al Café Gijón, fue en parte lo que abrió poco a poco el camino de satisfacción que Molina Sánchez confiaba en conseguir. Eran los principios de los cincuenta, cuando realizó diversas exposiciones en Madrid, Bilbao, Zaragoza y Lisboa, y cuando decidió fijar definitivamente su residencia en la capital. Poco a poco se iría sentando el reconocimiento de los críticos hacia la pintura de Molina Sánchez, ya que, entre otros éxitos, consiguió la tercera medalla de la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1957. Se está acercando «el momento cenital de su obra, de su quehacer artístico, y va a ser uno de los primeros pintores de España si sigue por ese camino», afirmaba Antonio Oliver. Nueva Medalla de Dibujo en la Exposición Nacional de 1960, y Primera Medalla en la de 1964; otros triunfos en Barcelona, Elche, Albacete, Estoril… junto a los numerosos encargos de particulares y de organismos oficiales que se sucedieron. La exposición en la Galería Quixote, de 1963, fue un espaldarazo definitivo.
Su posterior viaje por tierras de África le llevó a enfocar las vivencias artísticas desde otros puntos de vista, que impresionaron al pintor. Este es su último gran viaje, tras aquellos otros realizados por Centroeuropa. Es el momento en que Molina Sánchez ocupa un singular espacio, con alternancias entre Madrid y Murcia, que se van sucediendo con el paso del tiempo. Las salas murcianas, oficiales y privadas, se disputan su presencia, y es también cuando Murcia hace un descubrimiento más directo de su pintor. Sus exposiciones se identifican con éxitos constantes, lo que no impide que el pintor no pierda la humildad que siempre le ha acompañado. Uno de sus logros más notorios es la exposición de obras de gran tamaño sobre el tema de los ángeles de 1981.
Su vuelta a Murcia no obstaculiza la dedicación a su obra, que oficialmente se ve recompensada, de modo definitivo con la entrega, por parte del presidente regional Ramón Luis Valcárcel, del I Premio de las Artes y las Letras.
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