Manuel S.J. insiste en que mató en 2007 a un empleado de funeraria porque así se lo pidió la mujer
29.03.11 - 00:54 -
El amor puede llegar a ser el camino más corto hacia la perdición. Manuel S.J., electricista mazarronero de 40 años, relató ayer, con la pasmosa y estremecedora serenidad de quien lo tiene ya todo perdido, cómo le arrebató la vida a un hombre, de una sola y demoledora cuchillada, y cómo lo hizo por amor. Por salvar a la mujer querida de los supuestos malos tratos, vejaciones y hasta violaciones a las que la sometía su propio esposo. Lo contó durante una prolongadísima, intensa y emotiva jornada en la Sección Tercera de la Audiencia Provincial, en el inicio de un juicio en el que lo más importante que se debe dilucidar es si su amante y amada Mari Cruz A.V., una enfermera de 40 años, fue quien lo indujo a cometer el crimen (el denominado 'crimen del funerario', perpetrado el 24 de marzo de 2007 en el barrio del Carmen de Murcia).
Eso, si actuó siguiendo o no las indicaciones de la mujer, no tiene en el fondo la menor trascendencia judicial -otro asunto es que le sirva a su conciencia- para Manuel S.J., que se sabe condenado de antemano, aunque está por ver si será por homicidio o por asesinato. Lo único evidente es que mató por amor: porque estaba convencido de que era lo que ella deseaba y lo que le estaba pidiendo. Otra cosa es que realmente Mari Cruz hubiera hecho tal, que es algo que en último término sólo lo podrán establecer los nueve miembros del jurado popular.
«Me decía que la violaba»
Manuel S.J. se describió a sí mismo como alguien de personalidad débil, manipulable y proclive a dejarse engañar, y puso además algunos ejemplos de ello, como un proyecto empresarial del que habría salido pringado y un matrimonio del que también salió pelado y bastante mal parado. De ahí pasó a narrar, siguiendo la senda por la que hábilmente lo iban conduciendo con sus preguntas la fiscal Arancha Morales y el abogado de la acusación particular, Melecio Castaño, cómo supuestamente se habría dejado cegar por su amante, Mari Cruz, hasta el extremo de mancharse las manos y la conciencia con la sangre indeleble de un hombre a quien casi ni conocía: José Moreno Muñoz, empleado de funeraria.
«Me decía que su marido la maltrataba, que la violaba... Ella incluso había intentado suicidarse tomando pastillas. Yo sufría porque la amaba y la amo», explicó. Cuando el abogado José Muñoz Clares se interesó por el sentido de tales tiempos verbales -«he escuchado decir que la ama, pero interpreto que se refería a que la había amado», inquirió-, Manuel S.J. insistió en que había dicho lo que quería decir. «He dicho que la amo, y es que la amo».
Hasta tal extremo debía de amarla y hasta tal punto desearía salvarla que, siempre según su particular relato, no se extrañó cuando Mari Cruz le pidió que buscara «un sicario para acabar con la vida de su marido». Hizo algunas preguntas «en el mundo de la noche y de las drogas», dio con un tipo que aseguró que estaba dispuesto a matar por 9.000 euros, y cerró el trato. «Mari Cruz cogió 3.000 euros que su marido tenía en su casa para pagar al carpintero, y yo saqué un préstamo personal de 6.000 euros. Le di al sicario los 3.000 euros como señal y una foto de José Moreno para que lo reconociera. ¿Qué pasó? Lo de siempre. Fue uno más de los que me han engañado a lo largo de mi vida; cogió el dinero y desapareció».
Manuel S.J. llegó a aportar otro detalle sin más importancia para el juicio, pero sí muy perjudicial para la imagen de su amante y acusada. «Cuando José descubrió que habían desaparecido los 3.000 euros, Mari Cruz le echó la culpa a una asistenta suramericana, una chica que tenía una niña discapacitada, y la despidió».
Seguidamente relató cómo su amante habría seguido insistiéndole, a lo largo de meses, en que era necesario matar a su marido o que, en caso contrario, pondría fin a la relación extramatrimonial. Hasta que el 24 de marzo de 2007, a raíz de una nueva discusión conyugal, ella lo llamó llorando. «Me dijo que esto había que arreglarlo ya. Yo sabía que lo que me estaba pidiendo era que lo matara, porque era lo que habíamos hablado un montón de veces».
«Dejé caer el cuchillo sobre él»
Los minutos más duros de la sesión se vivieron cuando el autor confeso del crimen explicó los detalles del mismo. Contó cómo recibió la llamada de Mari Cruz mientras se encontraba haciendo unas chapuzas en Mazarrón y cómo al escucharla -«ella lloraba y de fondo se escuchaba llorar a sus dos hijas pequeñas»- salió del edificio en que estaba trabajando, cruzó la calle, entró en una tienda de chinos y compró un cuchillo de cocina de unos 30 centímetros de hoja.
Después se dirigió a Murcia y, junto al garaje de la empresa funeraria, en la calle Gloria, esperó, con la cabeza cubierta por una gorra naranja y la mirada oculta bajo unas gafas de sol, la llegada de José Moreno, que venía de hacer un entierro. «Estaba tratando de bajar la persiana cuando me aproximé, le puse la mano derecha en la espalda y dejé caer sobre él la mano izquierda, en la que llevaba el cuchillo. No sé dónde le di, si fue en el cuello o en el corazón. Arranqué el cuchillo y eché a correr».
El extenso interrogatorio a Manuel S.J. se prolongó hasta las ocho y media de la tarde, momento en que el magistrado-presidente, Juan del Olmo, decidió suspender la sesión. Hoy continuará la vista con las preguntas de los letrados José Pardo Geijo y Raúl Pardo García, defensores de Mari Cruz, que será la interrogada a continuación.
Su testimonio se espera con avidez por parte de las decenas de asistentes al juicio -en su mayor parte, estudiantes de Derecho- que ayer abarrotaron la sala de vistas hasta cubrir toda su capacidad.
Como Pardo Geijo recordó en esta primera sesión, pocas veces concurren en un juicio circunstancias tan interesantes: un triángulo amoroso que acaba en asesinato y acerca del cual que se debe determinar, basándose simplemente en indicios, si fue la mujer de la víctima la que indujo a su amante a cometer el crimen. Un asunto de película.
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