Enrique Egea: «En la política actual hay mucho cinismo»
Presente en el Congreso de los Diputados en la asonada del 23-F, asegura que más que miedo sintió «una profunda tristeza»
GINÉS CONESA TITO MURCIA/La Verdad
Presente en el Congreso de los Diputados en la asonada del 23-F, asegura que más que miedo sintió «una profunda tristeza»
GINÉS CONESA TITO MURCIA/La Verdad
Febrero, 23. Hemiciclo del Congreso de los Diputados. 18:25 horas. Nadie comprende qué sucede. Un ujier, a la carrera, repetía un grito contenido: «Guardias civiles, guardias civiles, con armas. Están entrando» e inmediatamente aparece Tejero, pistola en mano, sube a la tribuna de oradores «¡¡Quieto todo el mundo!!». Gutiérrez Mellado, teniente general y vicepresidente del Gobierno, sale rápido de su escaño y va hacia los asaltantes. Forcejea con Tejero al que intenta desarmar. Los guardias lo reducen, y gritan, «¡Al suelo, al suelo!» y disparan. El hemiciclo huele a pólvora y aparece como desierto con los diputados sumidos en el fondo de sus escaños. Apenas han pasado 30 o 40 segundos. Cunde el estupor. Nadie entiende, nadie sabe, pero todos se debaten entre la sorpresa, la tristeza, la rabia y el temor.
-¿Cuál de estas sensaciones experimentó usted?
-Tristeza. No quise hacer ninguna declaración posterior porque estaba tristísimo. ¿Adónde hemos llegado los españoles? pensé. Parecíamos una república bananera.
Pensaba, pero bueno cómo puede llegar aquí una serie de gente armada y decir que este Gobierno no sirve y decir que ellos son los que van a gobernar, los que van a salvar el país. Pero quiénes son ellos...
-¿Y no se sintió amenazado?
-Cuando dispararon al aire no sabíamos si era al aire o a nosotros. Es más, pensé, me veré una bala llegar, e inmediatamente rectifiqué, bueno me veré la bala dentro (ríe). Estábamos amenazados todos y hubo mucha tensión en las dos primeras horas. Luego fue bajando y ya de 12 a 2 aquello empezaba a diluirse: pasaban las horas y la autoridad competente, -«militar por supuesto»- no había llegado. Señal de que algo iba mal.
Más que los disparos del principio, lo que a Enrique Egea le provocó mayor tensión fue cuando dijeron que iban a dejar sin luz al Congreso por lo que encenderían un fuego para iluminar. «Rompieron entonces aquellas sillas del siglo XIX que a Landelino Lavilla se le iba un color y se le venía otro cuando vio como las desguazaban (ríe) para hacer una hoguera. Yo pensaba bueno si encienden fuego morimos aquí, pero en cinco minutos. Morimos asfixiados por el humo, aquel recinto, que es relativamente pequeño, lleno de plásticos, madera, alfombras, moqueta...»
Asegura que nunca tuvo la sensación de que los militares fuesen a dar un golpe de Estado. Estaba el precedente de la Operación Galaxia, del propio Tejero, pero no se le había dado demasiada importancia. Y ante la pregunta de si la asonada de Tejero y Miláns tuvo como consecuencia el final del franquismo, habla de los nostálgicos de la época y de que después del intento se vio hasta ridículo volver al pasado, sobre todo después de la reacción popular, las manifestaciones multitudinarias&hellip. «Sí, aquello aceleró la muerte del franquismo».
Experimentaba esas sensaciones rememorando los años 60, cuando estuvo en Inglaterra donde ya entonces se extrañaban de que se mantuviera en España un régimen como el de Franco. Y allí, en la profundidad de su escaño, chuleado por los asaltantes (»¡a ver esas manitas!, ¡que se vean!») pensaba «¿pero cómo vamos a explicar esto? ¿A estas alturas otra vez con golpes de Estado en España? Sí, fue muy triste. Es más, pensé que me iría a trabajar a Inglaterra».
Ahora no sigue la política de cerca, salvo lo que ve en los periódicos. Y el panorama no le gusta: «La diferencia que hay entre nuestra época y la actual es que son más cínicos. Es decir no tienen ningún empacho en decir lo contrario de lo que piensan».
-¿Y antes no?
-En mi época nos poníamos colorados. Nada más que decir algo que se apartara ligeramente de la realidad, se te empezaba a notar. Y ahora hay individuos que cuentan lo contrario de lo que pasa y, oye, ni se inmutan. (Ríe).
-¿Se debe a falta de valores?
-Hay un descenso de valores y un ascenso de la famosa frase yo tengo que ganar como sea No, mire usted, esto no es cuestión de ganar. Es cuestión de hacer una serie de cosas a lo largo de la vida y ganar sus frutos cuando lleguen. El individuo que dice yo soy un ganador es muy peligroso porque va a hacer lo que sea para ganar, aunque no sea ético ni moral. A él le da igual. Además no se construye un discurso. Se dedican a dar frases y a dar titulares. Se dicen cosas que no tienen nada que ver con la realidad, se acusan de cosas que no son verdad. Ahora lo complicado es demostrar lo que no es verdad.
-¿Cuál de estas sensaciones experimentó usted?
-Tristeza. No quise hacer ninguna declaración posterior porque estaba tristísimo. ¿Adónde hemos llegado los españoles? pensé. Parecíamos una república bananera.
Pensaba, pero bueno cómo puede llegar aquí una serie de gente armada y decir que este Gobierno no sirve y decir que ellos son los que van a gobernar, los que van a salvar el país. Pero quiénes son ellos...
-¿Y no se sintió amenazado?
-Cuando dispararon al aire no sabíamos si era al aire o a nosotros. Es más, pensé, me veré una bala llegar, e inmediatamente rectifiqué, bueno me veré la bala dentro (ríe). Estábamos amenazados todos y hubo mucha tensión en las dos primeras horas. Luego fue bajando y ya de 12 a 2 aquello empezaba a diluirse: pasaban las horas y la autoridad competente, -«militar por supuesto»- no había llegado. Señal de que algo iba mal.
Más que los disparos del principio, lo que a Enrique Egea le provocó mayor tensión fue cuando dijeron que iban a dejar sin luz al Congreso por lo que encenderían un fuego para iluminar. «Rompieron entonces aquellas sillas del siglo XIX que a Landelino Lavilla se le iba un color y se le venía otro cuando vio como las desguazaban (ríe) para hacer una hoguera. Yo pensaba bueno si encienden fuego morimos aquí, pero en cinco minutos. Morimos asfixiados por el humo, aquel recinto, que es relativamente pequeño, lleno de plásticos, madera, alfombras, moqueta...»
Asegura que nunca tuvo la sensación de que los militares fuesen a dar un golpe de Estado. Estaba el precedente de la Operación Galaxia, del propio Tejero, pero no se le había dado demasiada importancia. Y ante la pregunta de si la asonada de Tejero y Miláns tuvo como consecuencia el final del franquismo, habla de los nostálgicos de la época y de que después del intento se vio hasta ridículo volver al pasado, sobre todo después de la reacción popular, las manifestaciones multitudinarias&hellip. «Sí, aquello aceleró la muerte del franquismo».
Experimentaba esas sensaciones rememorando los años 60, cuando estuvo en Inglaterra donde ya entonces se extrañaban de que se mantuviera en España un régimen como el de Franco. Y allí, en la profundidad de su escaño, chuleado por los asaltantes (»¡a ver esas manitas!, ¡que se vean!») pensaba «¿pero cómo vamos a explicar esto? ¿A estas alturas otra vez con golpes de Estado en España? Sí, fue muy triste. Es más, pensé que me iría a trabajar a Inglaterra».
Ahora no sigue la política de cerca, salvo lo que ve en los periódicos. Y el panorama no le gusta: «La diferencia que hay entre nuestra época y la actual es que son más cínicos. Es decir no tienen ningún empacho en decir lo contrario de lo que piensan».
-¿Y antes no?
-En mi época nos poníamos colorados. Nada más que decir algo que se apartara ligeramente de la realidad, se te empezaba a notar. Y ahora hay individuos que cuentan lo contrario de lo que pasa y, oye, ni se inmutan. (Ríe).
-¿Se debe a falta de valores?
-Hay un descenso de valores y un ascenso de la famosa frase yo tengo que ganar como sea No, mire usted, esto no es cuestión de ganar. Es cuestión de hacer una serie de cosas a lo largo de la vida y ganar sus frutos cuando lleguen. El individuo que dice yo soy un ganador es muy peligroso porque va a hacer lo que sea para ganar, aunque no sea ético ni moral. A él le da igual. Además no se construye un discurso. Se dedican a dar frases y a dar titulares. Se dicen cosas que no tienen nada que ver con la realidad, se acusan de cosas que no son verdad. Ahora lo complicado es demostrar lo que no es verdad.
Ciriaco de Vicente, hoy miembro del Tribunal de Cuentas, reconoce que sintió miedo. «Además de sorpresa, sufrí de acojono», dice.
Pensaba que su pertenencia a la dirección del PSOE podría señalarle especialmente. Sobre todo cuando se llevaron a Suárez, Felipe González, Alfonso Guerra y Santiago Carrillo. «Si oíamos disparos qué haríamos». Ante la incertidumbre optó, mirando al frente para que los guardias no le vieran, por escribir una simple nota de despedida a sus hijos. Luego se fue relajando cuando un guardia les dijo que Guerra pedía su bufanda: «Era un mensaje de que estaban vivos porque Alfonso nunca ha usado bufanda».
Pensaba que su pertenencia a la dirección del PSOE podría señalarle especialmente. Sobre todo cuando se llevaron a Suárez, Felipe González, Alfonso Guerra y Santiago Carrillo. «Si oíamos disparos qué haríamos». Ante la incertidumbre optó, mirando al frente para que los guardias no le vieran, por escribir una simple nota de despedida a sus hijos. Luego se fue relajando cuando un guardia les dijo que Guerra pedía su bufanda: «Era un mensaje de que estaban vivos porque Alfonso nunca ha usado bufanda».
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